martes, 25 de abril de 2017

Los Miserables, de Victor Hugo



Título original: Les Miserables
Autor: Victor Hugo
Editorial: Debolsillo
Año: 2009
Páginas: 1782

«La más extensa y famosa obra del célebre autor francés (1802-1885), un retrato social a través de personajes maltratados por la justicia, por la prisión o la pobreza. Una obra monumental, de gran valor histórico, que ilumina un periodo decisivo en la historia de Francia, desde la batalla de Waterloo. Y todo un monumento del romanticismo literario. Personajes tratados a fondo, en su interioridad, hombres enfrentados a los grandes temas, entre ellos la esperanza de la misericordia de Dios.»




Es de noche, quizás alguien nos acompaña. Las calles están solas, nadie nos ve, y frente a nosotros una edificación de aire solemnísimo se levanta ante nosotros. Entre las puertas, vemos una rendija abierta. La curiosidad nos vence y con paso sigiloso decidimos entrar, sin hacer ruido, mirando todo. Así se siente abrir Los Miserables y leer la primera página. La lectura toda de Los Miserables contiene la magnificencia de una gran iglesia, donde puede escucharse el eco de la caída de una aguja, donde santos desde sus pedestales y Jesús sobre su cruz nos observan, y aun así no sentimos miedo, solo una imperante necesidad de hacer silencio para escuchar el grito al vacío que profieren los lastimeros habitantes de la Francia que conocemos a través de Víctor Hugo.

Victor Hugo se pasea entre la novela romántica y realista para mostrarnos a través de ciertos personajes, distintos grupos de personas que conformaban la Francia del siglo XIX, post Revolución Francesa y cuando un nuevo rey se situaba de nuevo en el trono: el hombre condenado injustamente, que es pobre, que conoce el hambre y la crudeza del hombre y que aun así puede redimirse, la mujer abandonada, desdichada, que trabaja sin parar, los niños sin infancia y los jóvenes sin juventud que se han familiarizado más con la muerte que con la vida, el hombre que solo tiene fe en su forma de hacer justicia y el hombre que solo tiene fe en el dinero. Todos estos personajes, ubicados en tiempos y espacios diferentes de la historia, se conectan gracias a una misma cosa: la esperanza, tan difícil de mantener en un tiempo de cambios radicales, caídas y ascensos de monarcas. Por eso esta novela ha trascendido tan inevitablemente en el tiempo, porque yo misma, mientras escribo esto, siento que estoy escribiendo del mundo actual. Porque Victor Hugo escribió del hombre mismo, él lo conocía bien, de lo que puede hacer remover su alma, de rabia, de amor, de pasión. Por eso el lector puede llegar a sentirse tan conmovido. 

De mano de Victor Hugo, narrador omnisciente, vamos observando cada pedazo de Francia como si lo pusiéramos debajo de un microscopio. Las batallas narradas son una delicia, están descritas con un esplendor tal, que uno realmente llega a sentir que lo está viendo, en vivo y directo, a través de una ventana. Los detalles no faltan, llegamos a conocer todo acerca de cómo vivían los franceses así como llegamos a conocer hasta el último trozo del alma de cada personaje. Entendemos por qué actúan como actúan o por qué sienten como sienten. Los entendemos, porque vemos nuestra humanidad reflejada en la suya, como si de un espejo se tratara. 

La lectura de Los Miserables es una travesía maravillosa, un verdadero viaje. Un viaje a la esencia del hombre y a lo que lo mueve, a la dicotomía eterna que se genera entre el bien y el mal. Aunque a simple vista Victor Hugo pareciera llegar a ser utópico (porque sí lo es en ocasiones) mostrándonos fuertes contrastes en los que solo se es bueno o malo, la verdad es que sus personajes nos demuestran otra cosa. Estos están llenos de matices, como cualquier persona ordinaria que conozcamos.  
Tengo demasiadas cosas que decir acerca de este libro y esto no es más que un suspiro. Sin embargo, quise compartir algunos pensamientos al respecto, pues es un libro que me ha fascinado y que recomiendo a cualquiera que le apasione leer.




domingo, 23 de abril de 2017

¡Feliz día del libro!


Desde Navíos para viajar lejos les deseo a todos un día lleno de lecturas, de compartir, intercambiar, prestar y regalar libros. Que puedan estar rodeados de personas con quienes puedan compartir un café y una conversación acerca de sus últimas lecturas, autores y libros favoritos. Que hoy (y toda la vida) estén rodeados de literatura, ese arte maravilloso que nos llena de felicidad. 

viernes, 21 de abril de 2017

El Señor de los Anillos: La Comunidad del Anillo, de J. R. R. Tolkien





Título: El Señor de los Anillos: La Comunidad del Anillo
Autor: J. R. R. Tolkien
Páginas: 547
Editorial: Ediciones Minotauro


«En la adormecida e idílica Comarca, un joven hobbit recibe un encargo: custodiar el Anillo Único y emprender el viaje para su destrucción en las Grietas del Destino. Consciente de la importancia de su misión, Frodo abandona la Comarca e inicia el camino hacia Mordor con la compañía inesperada de Sam, Pippin y Merry. Pero sólo con la ayuda de Aragorn conseguirán vencer a los Jinetes Negros y alcanzar el refugio de la Casa de Elrond en Rivendel. 

Allí se celebra el Concilio que, en nombre de hombres, hobbits, elfos y enanos, decide la destrucción del Anillo y elige a Frodo como su portador. Sam, Merry y Pippin, Aragorn y Boromir, Legolas el elfo, Gimli el enano, y Gandalf el Gris, acompañarán a Frodo en la aventura.»


Creo que tenía como 4 años con este libro esperando en la estantería, y yo con ganas de leerlo. Si no terminaba de hacerlo era probablemente por miedo a sentirlo muy pesado, y por miedo a que no me gustara, pues le tenía muchas expectativas. Pero bien que las cumplió. 

El Señor de los Anillos es, como me dijeron por ahí, algo así con el Don Quijote de la fantasía. Y es que a través de su lectura pude irme dando cuenta de que allí estaban las raíces de todos los libros de fantasía que he leído y que me gustan tanto: el ciclo El Legado, Crónica del Asesino de Reyes y Harry Potter. A pesar de que no le tengo tanto cariño a El Señor de los Anillos (aún) como a los libros que acabo de mencionar, no me es difícil reconocer que Tolkien es el maestro de la fantasía y que por lo que he leído de su trilogía más famosa, esta es lo mejor del género. En La Comunidad del Anillo nos vemos inmersos en todo un mundo nuevo, vasto y enorme, que Tolkien nos describe con lujos y detalles. En esto hace un trabajo hermoso, todo un génesis de una tierra que nos es desconocida, sus palabras van creando todos los parajes y sus habitantes, así como el canto de Aslan creó a Narnia. Sus descripciones casi poéticas van siempre de la mano de las acciones que ocurren, nunca se sienten como una interrupción, sino simplemente como si nosotros estuviéramos codo a codo con la Compañía del Anillo, en pleno viaje, y observásemos el paisaje, como sería lo más natural. Y no se trata solo de meras descripciones, sino que además, ya desde el Prólogo, Tolkien crea toda una cultura,la trabaja y le da forma hasta hacerla sentir real. Y al sentir todo tan real, disfrutar el libro no es difícil.

El viaje, elemento característico de la fantasía épica, se hace corto, cuando realmente se recorren largas distancias. Las acciones se sienten pausadas y aún así pasan volando de una página a otra. Las escenas de batalla son sencillamente una delicia, y de los aspectos que más me gustó, fue el desarrollo de los personajes y la cantidad tan variopinta que había de ellos, difícilmente puedo escoger cuál es mi favorito (pero sin duda adoré a Sam).

En general, este libro es realmente una maravilla. Al terminarlo quedé con un huequito en el corazón. Por suerte, me esperan los siguientes dos tomos, El Hobbit, El Silmarillion, y decenas de libros publicados luego de su muerte. Así que hay Tolkien para rato.


5/5


Viernes animado: Vincent (Tim Burton, 1982)

Para comenzar bien el fin de semana, cada viernes estaré trayendo algún cortometraje de animación que me guste mucho. Desde hace como un año he descubierto unas cuentas joyas de la animación y me he enamorado de esta forma de hacer cine. voy a comenzar con uno de mis cortos favoritos realizado con una de mis técnicas de animación favoritas: el stop motion. Para quienes no conozcan esta técnica, se trata de lograr simular el movimiento de muñecos u objetos estáticos a través de pasar sucesiva y rápidamente una serie de fotos de ellos. Películas como Coraline o El Extraño Mundo de Jack, fueron realizadas mediante stop motion. Es corto del que les hablo es Vincent, uno de los primeros trabajos de Tim Burton. Se los dejo sin más para que lo disfruten. 


¿Qué les pareció? Les recuerdo que pueden seguirme en mi cuenta de Letterboxd, una página de reviews de películas, donde pueden ver mis comentarios acerca de (casi) todas las pelis que veo. Si les gusta el cine, háganse una cuenta ya. 


jueves, 20 de abril de 2017

Ensayos: El Cuento, encuentro entre la belleza y lo fatídico a través del lenguaje

¡Hola! Como verán en las pestañas, hay una llamada «Ensayos». En esta sección estaré subiendo ensayos que he escrito, en su mayoría como trabajos finales para distintas materias de la facultad. Como mencioné en el post anterior, y se lee en mi biografía a la derecha, estudio Letras en la Universidad del Zulia (Venezuela). Este ensayo en particular lo escribí hace aproximadamente año y medio, para la maravillosa materia Teoría Literaria. ¡Espero que lo disfruten!

Advertencia: si no han leído los cuentos La luz es como el agua, de García Márquez, y El Hijo, de Quiroga, no sigan leyendo, pues se encontrarán con un par de spoilers. Mas bien ¡vayan a leerlos ya mismo! Pueden encontrarlos en internet con solo googlearlos.


° ° ° 



Si alguna vez me he sentido estar frente a un reto, es en este momento, cuando me dispongo a escribir un comentario acerca de lo que para mí es el cuento, pues nunca me había encontrado con un género tan contradictorio y difuso en su concepto (si es posible que tenga uno verdaderamente). 
La experiencia de leer un cuento es, o debería ser, como estar atado en un riel, con la intensidad de saber que tarde o temprano el tren nos impactará y la expectativa de no saber cuándo, pero sabiendo que lo hará en la brevedad y la precisión de una locomotora que va a toda velocidad, firme en su paso. Y no nos queda más que aceptar el golpe, la impresión. 
Es difícil, pero enriquecedor a su vez, hablar del cuento. Cada vez que uno cree tener una idea certera de lo que es, leeremos un nuevo cuento que diverja de eso. El cuento es un género que parece nutrirse sin parar, no se estanca en un concepto predispuesto ni se enmarca en reglas invariables. 
Por eso en este comentario no busco responder qué es un cuento, sino qué hace a un cuento ser un cuento. 
Desde mi perspectiva, es más esclarecedor acercarse a cierto concepto de cuento comparando dos que a simple vista parecen ser absolutamente distintos, pero que en sus entrañas son muy similares. 
He elegido los siguientes dos cuentos por numerosas razones. El primero es La Luz es como el Agua, de Gabriel García Márquez. El segundo, El Hijo, de Horacio Quiroga. Fueron escritos en 1978 y en 1928, respectivamente, con cincuenta años exactos de diferencia entre sí. Escritos por mentes creadoras absolutamente disímiles, en contextos completamente desiguales. El estilo y la temática de ambos cuentos no podrían ser menos parecidos. Pero encontré en ambos elementos que me conmovieron absolutamente. 
Hasta ahora, estos dos cuentistas han sido quienes me han fascinado más, por lo que no podía hacer otra cosa que hablar de los dos, y por tanto que me han gustado, encontrar lo que los diferencia como cuentistas, y lo que los asemeja para yo preferirlos. 


LA LUZ ES COMO EL AGUA
Gabriel García Márquez

Si hay un comienzo que amo, es el de Cien Años de Soledad, que fue mi primer acercamiento a García Márquez. Cuando comencé a leer sus cuentos, me di cuenta de que muchos de sus comienzos causaban el mismo efecto que el de su famosa novela: una inmersión inmediata al contexto de la historia. 
“En Navidad, los niños volvieron a pedir un bote de remos.”
Esa es la primera oración del cuento, a la que no le sigue ni siquiera un punto y seguido, sino un punto y aparte: no da cabida a la vacilación, el lector ya es parte de la historia y no hay vuelta atrás. 
Existe un equilibrio en la narración del cuento, pues los hechos que lo conforman se van presentando con una agilidad palpable, pero no por ello se vuelve apresurado ni deja de resaltar cada uno de los detalles relevantes. 
“Pero al final ni él ni ella pudieron negarse, porque les habían prometido un bote de remos con su sextante y su brújula si se ganaban el laurel del tercer año de primaria, y se lo habían ganado. Así que el papá compró todo sin decirle nada a su esposa, que era la más reacia a pagar deudas de juego.”
En tan solo un corto párrafo García Márquez nos cuenta acerca de la promesa que tiempo atrás los le hicieron los padres a sus hijos, el que los niños cumplieron su parte del trato, y que finalmente el padre compró el bote. Mucho tiempo pasó en esas cuantas líneas, una acción es seguida por otra acción, no se regodea en un solo suceso, pero se toma las palabras para dejarlo todo bien claro. Allí se encuentra la brevedad. 
Un aspecto interesante de este cuento es el momento en que se encuentran las dos historias que hay en él, la oculta y la revelada. Cuando en los cuentos esta convergencia se produce al final, en La Luz es Como el Agua sucede casi al principio. En el momento en que los niños parten la bombilla, igual que surge la luz, surge la segunda historia, y de ahí en adelante estas dos historias se muestran paralelamente: es ahí donde habita la intensidad, pues a pesar de que los niños no le dicen la verdad a sus padres, el lector sí la conoce y la teme. 
Es curioso al mismo tiempo que yo misma tan solo resalte el que se muestren historia oculta en el momento en que surge de la bombilla luz que es como el agua, y no el tono fantástico de ese hecho. Tal como afirma Julio Ramón Ribeyro en su Decálogo para Cuentistas: “la historia del cuento puede ser real o inventada. Si es real debe parecer inventada, y si es inventada, real.” Y tal cual, el lector acepta lo mágico como parte indiscutible de la realidad del cuento. 
 “-Está mal que tengan en el cuarto de servicio un bote de remos que no les sirve para nada -dijo el padre-. Pero está peor que quieran tener además equipos de buceo.”
“-Es que estos niños no se ganan ni un clavo por cumplir con su deber -dijo ella-, pero por un capricho son capaces de ganarse hasta la silla del maestro.”
Hay intensidad en el sentir de los padres, pues uno lee esas líneas y nos sentimos cómplices de los niños sin querer serlo, hace que el lector quiera gritarles a los padres la verdad. 
La idea de que la luz es como el agua me parece absolutamente bella y fantástica, y me parece maravilloso la precisión con que García Márquez transmite esa hermosura en tan solo unas cuantas líneas. La describe como una luz fresca y dorada. No hacen falta más adjetivos, pues estos encierran otros más. Adjetiva la luz al decir que era dorada, con lo que nos da la imagen visual, inmediatamente estamos ante la presencia de una luz brillante como el oro, potente y abarcadora, sumamente luminosa. Y nos da una imagen táctil al definirla fresca como el agua: nos da una sensación de ligereza, de etereidad en la navegación que realizan los niños, así como de etereidad en la lectura. Este cuento nos eleva igual que eleva la luz el bote que manejan los niños, ellos con su sextante y su brújula, y nosotros, lectores, con García Márquez llevándonos a través de sus palabras. 


EL HIJO
Horacio Quiroga

En El Hijo existe una intrínseca relación entre el personaje del Padre con la historia, él nos va llevando de la mano a través de ella, abriendo su mente al lector. El sentido y el estilo del cuento se muestra perfectamente en su locura y en sus pensamientos, y viceversa: en el modo de Quiroga de exaltar la naturaleza y el ambiente que rodea a los personajes, nos muestra cómo se siente estar en el cuerpo del Padre, que es un remolino de preocupaciones, imaginaciones y dudas. 
Pienso que el primer párrafo, incluso tan solo la primera línea, resume la completamente las sensaciones que envuelven toda la historia. Ya desde el primer momento se nos muestra a la naturaleza un personaje más, algo vivo y pensante, algo demasiado grande contra lo que el hombre no puede luchar.
“Es un poderoso día de verano en Misiones, con todo el sol, el calor y la calma que puede deparar la estación. La naturaleza, plenamente abierta, se siente satisfecha de sí.”
Y lo curioso de ese potente comienzo es que el lector siente ese mismo aire de sofocante desolación durante el resto del cuento, sin que Quiroga tenga que volver a hacer una descripción de esa naturaleza. Tres líneas, y el contexto ya es completamente claro. “Un cuento es una novela depurada de ripios“, dice Quiroga en su propio Decálogo del Perfecto Cuentista, y es precisamente eso lo que sucede en El Hijo: a fin de ser breve, Quiroga busca causar una impresión acertada en el lector de modo que no tenga necesidad de extenderse y regodearse en una misma idea. 
Hubo unas líneas que me estremecieron lo más profundo del alma, que me conmovieron enteramente, que fueron sin duda mis favoritas de todo el cuento. Son estas:
“Y si la voz de un hombre de carácter es capaz de llorar, tapémonos de misericordia los oídos ante la angustia que clama en aquella voz.”
Qué perfecta muestra de precisión somos afortunados de atestiguar. No hay nada más que decir luego de eso, y de hecho Quiroga no lo hace, no intenta complementar esa idea porque no hace falta, simplemente salta a otra acción, dejándonos con el corazón vacío y el entrecejo fruncido de compasión. Desde la primera vez que lo leí, sigo anonadada ante la maestría con la que Quiroga maneja el lenguaje. 
Quiroga juega con las sensaciones que puede causarle el lector. Si anteriormente dije que leer un cuento era como esperar el impacto implacable de un tren, este cuento es más bien como una montaña rusa. Cuando el Padre decide salir a buscar a su Hijo y comienza a llamarlo sin obtener una respuesta, nos encontramos en un momento completamente intenso en el que esperamos encontrar al Hijo muerto. Llegados a este punto, se siente un nudo en la garganta y un no poder respirar, y justo cuando estamos a punto de soltar la primera lágrima de dolor por el Padre, este encuentra a su pequeño, entonces soltamos un suspiro de alivio en lugar de aquella lágrima ahora olvidada. Pero, ya calmados, nos damos cuenta de que nada ha terminamos. Leemos los últimos párrafos, y finalmente conocemos el fatídico final. 
Tal como aconseja Quiroga: “No escribas bajo el imperio de la emoción. Déjala morir, y evócala luego. Si eres capaz entonces de revivirla tal cual fue, has llegado en arte a la mitad del camino.” Y es eso precisamente lo que él hace con su propio cuento. No se desborda en el camino, sino que anda con mesura. Nos subimos con él al tren de la montaña rusa, subiendo lentamente hasta la parte más alta, y finalmente llegamos. Y creemos que todo está bien, hasta que abruptamente nos lanza al vacío. 


Por qué encuentro, por qué entre la belleza y lo fatídico y por qué a través del lenguaje

Las diferencias entre ambos cuentos son claras. No hay punto de comparación entre el estilo de Gabriel García Márquez y el de Horacio Quiroga. Al primero lo sentí como a la espera de un tren, y al segundo lo sentí como manejar ese tren en un carril desigual. Pero ¿qué hace que los considere a ambos majestuosos ejemplos de su género? La convergencia entre lo poético y lo horrible, el encuentro entre la belleza y lo fatídico. 
La Luz es Como el Agua no nos cuenta otra cosa que la muerte de un gran grupo de niños que decidieron hacer travesuras. No existe moraleja alguna tan siquiera, algo que justifique esa muerte. Y sin embargo, hay algo sublime en la forma en que mueren: ahogados en la luz. Y no significa otra cosa, no es una alegoría, no es una metáfora, sino que literalmente se ahogaron en la luz, una luz dorada y fresca. Incluso es hilarante, el que García Márquez nos haga presenciar una muerte en masa, y aún así nos maraville. 
Por otro lado, El Hijo toca la muerte desde la locura y la demencia. Nosotros leemos el cuento sin saber que el Hijo está muerto desde el comienzo, desde el momento en que se va. Pero es que nosotros vamos junto al Padre, creyendo, como él, que su hijo está vivo. Qué trágico es el que su Padre lo busque y crea haberlo encontrado, pero que hermoso es ese amor desmesurado hacía su hijo, que lo hace sentir su presencia acompañándolo, cuando en realidad vuelve solo. 
Un buen cuento está en el nexo que une esos dos polos: el lenguaje, y un uso maestro de él a fin de transmitir una idea imposible con brevedad, precisión e intensidad. 

¡Bienvenidos!

Bienvenidos a Navíos para viajar lejos. 

Me llamo Elaine, tengo 20 años y soy de Venezuela. Desde que tengo 12 o 13 años he estado metida en esto de blogger, comencé con un blog que, si mal no recuerdo, se llamaba algo así como Armas de fuego y rosas perfumadas. Fue mi primer blog de reseñas de libros (que en ese entonces eran comentarios de cuatro líneas), y también tuve un par de blogs donde publicaba historias (horrendas) que solía escribir. Luego de esa etapa, creo haber tenido algún otro blog literario, no lo recuerdo, hasta que llegué a lo que fue Huyendo entre libros, un blog en el que disfruté muchísimo de escribir y leer a otras personas, con el que conocí a un par de personas muy lindas y, sobre todo, aprendí un mundo. Ese fue un blog creado durante una época en el que fue perfecto para mí, hasta que llegaron los cambios en mi vida y ya no lo sentía muy propio.
Ahora han pasado alrededor de dos años desde que cerré Huyendo entre libros, y hace un par de días me entró la nostalgia. Quise tener un blog de nuevo. Y aquí estoy, lista para navegar.

Así que poco a poco me irán conociendo más, y quienes ya lo hacían sabrán un poco más de mí y qué ha sido con mi vida. Y por supuesto, pretendo venir con muchas reseñas y comentarios de literatura, cine, pintura... de arte. Espero que me acompañen en el viaje.